miércoles, 3 de junio de 2009

Reflexiones

Vi deshacerse en mí la oscuridad de la noche, dando paso a un nuevo día. Cambió el mundo ante mis ojos con la certeza de nunca volver a ser el mismo. Vagué por las calles sin nombre que anhelaban mi atención, y no supe dársela. Los nuevos cánticos de los renovados pájaros de aquel día me hablaron queriendo que disfrutara de aquella mañana casi primaveral, pero las tinieblas de la noche anterior habían cegado mis ojos para que no tuviera otra salida más que añorar mi tenebrosa celda.
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¿Y qué es más que un simple cambio de luz y tiniebla, la vida? un constante ir y venir de sol y luna, un baile alegre de espectros desgraciados, un grito de dolor en una niña caprichosa. Quizá deba a mis tinieblas el placer de mis palabras, el ser ellas quienes desaten mi mano y deslicen estas líneas sobre el papel.

Ya no nombro a mi corazón, ni tan siquiera sé si existe. Mi mente ahora toma las riendas de mi vida, conduciéndome a este día soleado, donde las sonrisas se pasean por la calle, y se entrecruzan con las falsas miradas y educados saludos.

Donde no queda un solo hueco para la oscuridad del alma, para un corazón marchito; donde la despedida es un eufemismo alejado de tanta felicidad.
Corren las sonrisas calle arriba huyendo del gris del cielo, llegarán a sus casas y al amparo de una vela cenarán suculentos platos de vaga fragancia e insípida alegría.

Es nuestra hora, con la llegada gris avanzaremos por las calles, las almas desenmascaradas, los peregrinos de una nueva vida, todos aquellos que conscientes queramos vivir de falsas promesas y sueños rotos.

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